Lo real y las identificaciones en el grupo analítico
Del campo ajeno al psicoanálisis, algunos me han transmitido no entender lo que los psicoanalistas de orientación lacaniana se refieren con la “escuela”. Todo el tiempo nos referimos a la escuela como el espacio –y no solo el lugar- de la formación de los analistas, de otro orden en contraposición al discurso universitario o al discurso del amo, dicho de otro modo, otra cosa fuera de la lógica de las sociedades. No es de amos, esclavos, lealtad o amistad lo que se trata una escuela de psicoanálisis, al menos esa es una impresión que he tenido estos años escuchando a colegas de todas partes del mundo que, a su vez, sostienen un trabajo incansable con esto que llamamos psicoanálisis.
Ahora, intento, y cada vez, dejarme interpelar por esta interrogante que valdría mucho sostener y no responder precipitadamente: ¿Qué es la escuela para un psicoanalista de orientación lacaniana? ¿Qué lectura permite y, por otra parte, no permite realizar, mi propia relación con la escuela? Ya que la misma es constituida por hablante-seres: ¿Qué ocurre con el síntoma de cada uno dentro de una escuela de psicoanálisis?
En la experiencia de escuela (si podemos ir definiendo por la vía de la experiencia del uno por uno) en el caso que se haya podido separar lo que pretende homogeneizarse por efecto refractario del amor -si puede decirse así- trae consigo una separación de hacer un lugar de la escuela y/o de sus analistas un correlato del amor. Traduciendo de otro modo: psicoanálisis, escuela, transferencia de trabajo y amor se anudan y desanudan con cierta tensión más o menos sutil. Podría en esta ocasión asumirme cada vez más precavido de no confundir estas dimensiones, y es desde este lugar desde donde intentaré decir algo.
En lo que respecta a la experiencia de escuela, digamos que, si tomamos la afirmación de Jacques Alain Miller de que todo en una escuela es de orden analítico, de que es analizable; lo que ocurre dentro del lugar de formación de los analistas no es para tomárselo a la ligera si es del interés de sus allegados sostener una relación con la escuela de Lacan y su política, a la mano de cualquiera y con un efecto desmasificante persé.
Consecuente con esto, precisamente, dentro de la experiencia del grupo analítico se puede olvidar que, tal y como Freud lo formuló, la experiencia de amor transferencial con el otro es motor, pero también obstáculo. Si bien también existen identificaciones dentro de las propias sedes, bien podemos constatar que el significante X (que nomina el lugar de formación) se articula y expide un aroma, en ocasiones, demasiado agradable y cómodo para sus trabajadores; dicho de otro modo, en momentos podemos quedar inmersos en el punto ciego y real del propio grupo analítico al raz de lo que podríamos proponer como: amor al amor de transferencia como acto de negación del impasse inaugural del sujeto. Es que finalmente: no hay formación del analista, sino formaciones del inconsciente.
En ese sentido, anudando a la cuestión de las identificaciones dentro de los lugares de formación, podemos agregar que no existe el sujeto totalmente des-identificado. Dice Bassols citando a Lacan: “Es seguro que los seres humanos se identifican en grupos. Cuando no lo hacen están jodidos, están para encerrar”. ¿Es evidente lo que muestra Lacan con esta puntuación?
Todo lo desarrollado por Freud en relación a las organizaciones de los sujetos, uno a uno, multiplicados por efectos de identificación vertical con un “ideal de yo” es algo impreso en la historia del mundo. Por otra parte, el efecto identificatorio horizontal, colador esplendido de la singularidad con amasado de varios en una consistencia que termina por empujar a lo peor por su precario tratamiento a la pulsión de muerte siempre silente… siempre presente. Por ejemplo, podríamos proponer que es la pulsión de muerte la piedra en el zapato del socialismo con un ideal asumido “para todos por igual”.
¿Puede ser también la piedra en el zapato de una escuela de psicoanálisis? La enseñanza de Lacan a partir de Miller lo transmiten como lo imposible de la escuela. Hay un real en la escuela que se manifiesta en el impasse de sus miembros, un impasse que parte de la subjetividad de cada uno de ellos. Es en este momento, y frente a este real insoportable y rebelde a lo simbólico, que se notará si estamos (recordando una expresión de Oscar Zack) frente a un grupo analítico de analistas o una escuela de analizantes. Dicho de otro modo, se notará la posición de ese analista respecto al propio narcisismo, sus ideales, así como a su propio exceso. Si se pasa al acto de expulsión o suspensión de ese real o, por el contrario, a su lectura y alojo.
La buena vía de la conversación o la soberbia del silencio y la segregación dirigida a los propios trabajadores de la escuela de Lacan. Una cosa es clara: la censura no es la vía en la escuela de Lacan.
Es de recordar lo ocurrido al mismísimo Lacan dentro de SFP cuando la IPA insta a sus directores, en ese entonces Serge Leclaire (1963) a omitir a Lacan de la lista que figuraba como didactas de la asociación del momento como requisito para finalmente poder ser acreditados por la internacional. Pero no es el único momento donde el mismísimo Jacques Lacan sufrió los embates del odio del grupo identificado, algo parecido ocurrió en la SPP y a su vez en su propia escuela de Paris que terminó por ser disuelta en 1981 para finalmente crear la escuela de la causa freudiana (ECF). Es que la enseñanza de Lacan puede ser concebido en sí como un dispositivo para leer estos efectos de grupo dentro de las instituciones y más allá, en lo social, de manera precisa. Es así como Miller llamó a Lacan como él mismo su propio pechero de su enseñanza por recibir los embates de transferencia negativa de aquellos que en momentos anteriores le acompañaron. Es que no fue un camino de rosas para Lacan.
Pensando estos asuntos viene otro punto que hace serie. Y es que, bajo el estandarte de la no identificación (yo no me identifico dentro de la escuela), doblando la apuesta soberbia promulgando un desmarcase de estos efectos de grupo ampliamente investigados, puede ocurrir lo que Bassols llama una contra-identificación acompañando dicha posición subjetiva al borde de lo cínico. Si bien es imposible la total desidentificación de los sujetos, algo identificatorio tendrá que alojarse en la propia experiencia de escuela como dice Lacan en el seminario XXII “Pero con esto no digo con qué punto del grupo tienen que identificarse”.
¿Cómo hacer con estos efectos identificatorios de grupos? ¿Si hay un real que puede ser obturado por la propia identificación de los analistas, cómo alojar este real al servicio del trabajo en la escuela?
Bassols resalta aquí la función que los psicoanalistas conocen del +1 (más uno) como éxtimo: Lacan no da allí muchas pistas para situar este punto crucial de la identificación, pero da las suficientes para saber buscarlo en el buen lugar.
Luego continúa diciendo que éste más uno es el que cobra su valor como principio lógico de todo grupo del discurso analítico y no como función imaginaria que da una consistencia al grupo con el reconocimiento mutuo de sus miembros. Tampoco como la función simbólica en que este reconocimiento toma su apoyo en la figura del ideal del yo, ya sea un líder más o menos autoritario o la del amo con la que solemos cargar con todos los males del grupo.
El más uno precisamente interviene haciendo aparecer lo real –tal y como lo conocemos en psicoanálisis- en el que se funda el grupo para hacer de él su brújula y saber tratar con los espejismos de lo imaginario y los impasses de lo simbólico.
Recuerdo muy bien como Bassols, en otro momento ya hace algunos años, planteaba que cuando algo de la burocracia aparece en la escuela, algo anda mal.
En definitiva, un grupo analítico sostenido por la obediencia, la lealtad, el amor al amor, la ignorancia, el miedo, la inhibición, la alienación, la rivalidad; y por qué no, a la amistad, al grupo selecto y hasta elitesco, es un lugar de trabajo que rechaza su propio síntoma como síntoma invasivo del Otro, en algunos casos, hasta negando su existencia.
Es un grupo que rechaza el propio discurso analítico que promulga, bajo un accionar de amo que expulsa todo rasgo heterogéneo. Puede ser oportuno preguntarse sobre esto, podría también ser la responsabilidad de quienes nos decidimos por el trabajo en la escuela de Lacan en un momento en que la época nos pide estar a la altura.
Quedan cosas por pensarse…
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